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Cuando Joseph Rick pensó en la posibilidad de participar en un ensayo clínico, ya había comprado su tumba. Treinta y dos semanas de quimioterapia y nueve cirugías con anestesia general para extirpar partes de su colon, estómago, hígado, pulmón y páncreas no habían logrado detener al melanoma invasor. Este psicólogo de 40 años había pasado de pesar 95 kilos a solo 40 kilos, y lo siguiente era recibir cuidados paliativos.
Por recomendación de una enfermera a domicilio, decidió ponerse en contacto con el Dr. Antoni Ribas, Ph. D., de UCLA Jonsson Comprehensive Cancer Center, que estaba llevando a cabo un ensayo clínico de un nuevo fármaco de inmunoterapia denominado tremelimumab. El tremelimumab, desarrollado por Pfizer/MedImmune, pertenece a una clase de fármacos llamados inhibidores de puntos de control, que se unen a moléculas de los linfocitos T y las bloquean (en este caso, la molécula CTLA-4) y funcionan como «frenos». Al «quitarles el freno» a los linfocitos T, el tremelimumab permite una respuesta inmunitaria más potente contra el cáncer.
Answer to Cancer (A2C) habló con Joseph sobre su experiencia con la inmunoterapia y sobre cómo una desconocida cambió su destino.
Venía una enfermera a domicilio para mantenerme hidratado y darme los medicamentos. Estaba casi listo para el goteo de morfina. La enfermera mencionó que tenía otro paciente que estaba en un ensayo con medicamentos en la UCLA, con el Dr. Ribas. Me dio su nombre y número de teléfono y me dijo: «Debería intentarlo e ir allí». A esas alturas, estaba harto de los médicos y todo lo demás. Ya había comprado la tumba.
Recuerdo que fui a ver al Dr. Ribas el día antes de Nochebuena. Las enfermeras hicieron algunas pruebas y me sacaron sangre. Me dijeron que regresara el día siguiente a Navidad para iniciar un ensayo con medicamentos de experimentación. El primer fármaco que me indicaron no funcionó; tuve una reacción adversa. Así que probaron con otro justo después del Año Nuevo, en 2004. Para entonces, las exploraciones de imagen por TAC y PET revelaban que el cáncer había hecho metástasis y estaba en estadio IV. Estaba en todo mi cuerpo, desde el cuello hacia abajo. Ya había empezado a tener lesiones externas en la piel y grandes manchas marrones y moradas. Tenía una en la clavícula, una en el brazo derecho y varias en la pierna derecha. Se las mostré al Dr. Ribas y dijo que eso no era bueno, así que decidió que empezara de inmediato con el ensayo dirigido a CTLA-4 (tremelimumab).
No fue lo que en principio esperaba. Pensé que sería una serie de inyecciones, pero en cambio fue una infusión. En el centro de investigación clínica de la UCLA recibía la infusión durante cinco horas. Cuando terminaba, las enfermeras venían cada 15 minutos a controlar mis signos vitales durante las siguientes cinco horas. Era como una jornada de 10 horas. Eso fue la primera semana de enero de 2004. Regresé dos semanas después. Estaba en el consultorio del Dr. Ribas con una de esas batas hospitalarias puestas. El Dr. Ribas comenzó a examinarme y dijo: «¡Dios mío!». Le pregunté qué pasaba y me respondió que las lesiones habían desaparecido. Me miré el brazo y el hombro y ni siquiera me había dado cuenta de que ya no estaban. «¡Esto va a funcionar! ¡Esto va a funcionar!», dijo. Sí, sí, lo que sea, porque en ese punto todavía me sentía muy mal, muy débil y estaba escéptico. En los siguientes dos o tres meses empecé a sentirme mejor. Volví a comer. Empecé a engordar un poco. Creo que engordé 14 kilos en tres meses, lo que era mucho teniendo en cuenta que en ese momento pesaba 42 kilos. Era básicamente un esqueleto de 1.93 m de piel y huesos.
Bueno, es como si la vida me hubiese dado una segunda oportunidad. Antes de enfermarme, acababa de completar las horas de mi maestría en psicología clínica y estaba procurando convertirme en terapeuta matrimonial y familiar autorizado. Me esforcé mucho por poder llegar a todas estas horas, y lo estaba haciendo además de trabajar a tiempo completo como contador y docente. Después me enfermé y perdí todas las horas invertidas. Pero al recibir el tratamiento de inmunoterapia mejoré y tuve que decidir, a mis cuarenta y pico de años, qué iba a hacer con mi vida. En 2010 me inscribí en un programa de doctorado en psicología. Este otoño comenzaré el último año del programa. Estoy cerca de llegar a mi meta de toda la vida de obtener un doctorado y poder trabajar como psicólogo clínico. Eso es algo que nunca hubiera imaginado hace 12 años cuando estaba tan enfermo y luchando por vivir.
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